Vivir de los recuerdos es limitarse, porque quien de algún modo no disfruta el día a día no está aprovechando su presente, su momento para experimentar… Porque la vida no consiste en recordar sino en actuar. No es ir hacia atrás sino hacia delante. Ni tampoco estar presos entre el pasado y el futuro, como si el aquí y ahora no existiera.
Recordar es parte inherente de la vida y a menudo es inevitable, ya sea para bien como para mal. En cierto modo, los recuerdos son una forma de aferrarnos a lo que amamos, a quienes somos y a lo que no queremos perder. A eso que nos marcó profundamente.
Ahora bien, los recuerdos son engañosos porque están coloreados con los eventos del presente y las trampas de la memoria. La diferencia entre los recuerdos falsos y los verdaderos es la misma que existe entre las joyas: siempre son los falsos los que parecen más reales, los más brillantes.
El escritor, guionista y director de cine español Ray Loriga decía en su libro Tokio ya no nos quiere algo que los científicos llevan tiempo advirtiendo: “La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te devuelve cualquier cosa”.
La vida sería imposible si todo se recordase
En una entrevista le preguntaron a Albert Einstein qué es lo que hacía cuando tenía una idea nueva. Por ejemplo, si la apuntaba en un papel o en un cuaderno especial. El científico contestó con contundencia; “Cuando tengo una idea nueva, no se me olvida”. Nada más cierto, cuando algo nos emociona tanto es casi imposible olvidarlo.
Así, recordamos lo verdaderamente importante, aquello que es capaz de emocionarnos, porque activa en nosotros las regiones y conexiones cerebrales necesarias que ayudarán a guardar ese recuerdo. El problema es que lo que debe olvidarse también suele guardarse con intensidad en nuestra mente. Nada fija tan intensamente un recuerdo como el deseo de perderlo.
La psicología nos avisa de que olvidar es necesario para guardar los recuerdos relevantes. Al fin y al cabo, es posible que el perro de la memoria no sea tan tonto y, en realidad, traiga cualquier cosa y no el palo que lanzamos, porque es lo que en el fondo queremos recuperar.
Los recuerdos son el perfume que perdura
El placer es la flor que florece cuando vivimos, obramos y hacemos. Con ellos, construimos cada día nuestra memoria, que será el perfume que perdurará. Los recuerdos más felices son los momentos que terminaron cuando debían, sin estirarlos en el tiempo, sin alargarlos en demasía…
Por lo tanto, no recordamos días, recordamos momentos. Por ello, debemos producir situaciones nuevas una y otra vez. La riqueza de la vida reside en los recuerdos que seguimos formando. Actuar constantemente puede resultar complicado, sobre todo si estamos apalancados en nuestra zona de confort. Sin embargo, es necesario hacerlo para vivir con intensidad.
A pesar de tener un cuerpo físico tangible y percibir el mundo que nos rodea con todos nuestros sentidos, solemos vivir en nuestra mente. Sin embargo, es necesario tomar una decisión. Podemos pasar la vida recordando acontecimientos del pasado y cómo nos hicieron sentir. O, por el contrario, podemos tomar la riendas de nuestras vivencias y por supuesto, de nuestras emociones. Solo si lo hacemos, seremos capaces de disfrutar de nuestra existencia.
La clave para vivir más que recordar se encuentra en pensar, imaginar y esperar menos. Aceptar lo que hay y nada más. Vivir el momento, sin dejarnos distraer por las trampas de nuestra mente.
Y es que, en general, siempre estamos preparándonos para vivir pero nunca estamos viviendo. Sin embargo, la vida debería funcionar justo al revés.
La felicidad no está en otro lugar sino en este lugar, no en otra hora, sino en esta hora. No lo olvides.