En la mayoría de libros espirituales, el
ego tiene bastante mala fama. La razón es que, el ego, en cierta forma,
es el principio en nuestra mente que nos separa a los unos de los
otros, nos hace individuales, y nos proporciona un sentimiento de
diferenciación del resto de personas, mientras que, el espíritu, es el
principio que nos dice que todos estamos conectados, que todos somos
parte de la misma cosa y que esa separación no existe, sino que en
realidad, no es más que una ilusión.
Sin embargo, a nivel práctico, el ego no
es más que la herramienta que nos ayuda a organizar los diferentes
aspectos de nuestra personalidad de forma que podamos funcionar en el
mundo, ser parte de él, interactuar en todas las situaciones de nuestra
vida, y desenvolvernos con cierta soltura en todo lo que hacemos.
Cuando el ego nos controla
El problema principal del ego es que
muchas veces se pierde el control sobre él, o mejor dicho, toma
completamente el control de nuestra vida sin que nos demos cuenta,
cuando no debería ser así. La mente, el cerebro y sus sistemas
analíticos, caen demasiado regularmente bajo el liderazgo del ego y la
subpersonalidad que mejor le convenga a este según la situación a la que
deba hacer frente, y esto es algo que nunca estuvo previsto, pues esta
entidad que también forma parte de nosotros, nunca estuvo dotada de
habilidades de liderazgo. El Ego, en realidad, fue creado para estar al servicio de nuestro yo interior,
y no al revés. Cuando esta relación funciona correctamente, el ego es
un intermediario realmente útil representando a todo el conjunto de lo
que somos, ahí fuera en el mundo, pero sin creerse realmente que el por
si solo “es” este conjunto en su totalidad. Cuando el
ego se confunde con la totalidad de nuestro ser, cuando sus
personalidades dirigen al 100% nuestra vida y nos olvidamos que no es el
papel que le fue asignado, es cuando empezamos a tener problemas y a
desconectar de la fuente que realmente ha de guiar nuestros pasos.
Para hacernos una imagen fácil de
visualizar, el ego seria esa “entidad” que está a los mandos de la
mente, el que gestiona el ordenador que es nuestro cerebro y le ayuda a
computar los datos para obtener respuestas, el que pulsa las teclas del
tablero de mandos, pero sin tomar propiedad de él, sino obedeciendo las
instrucciones de nuestro yo interior. Cuando el ego toma el control de
los mandos, es cuando nuestra vida empieza a perder el centro, la
serenidad y la sabiduría.
La personalidad del ego
Así como la mente no es un “ente”
energético por si solo, el ego si lo es. Tiene una fuerte personalidad, o
mejor dicho, tiene múltiples personalidades provenientes, en cierto
modo de lo que nuestro ADN ha acumulado durante los años de evolución de
la raza humana y que se transforman en diferentes facetas y caracteres
que salen a la luz sin que lo queramos o lo deseemos, en la mayoría de
los casos.
Esta personalidad, compuesta por
múltiples sub-caracteres, es una compleja malla de sensaciones,
pensamientos, comportamientos, miedos y todo tipo de emociones. Cada uno
de nosotros, en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida, nos
vemos obligados a sacar una parte que nos sirva para “gestionar” o
manejar aquella situación en la que nos encontramos. Sea nuestro “yo”
valiente, nuestro “yo” sabio, nuestro “yo” consejero, a veces no nos
damos cuenta de esos sub-caracteres que predominan con fuerza en
nosotros y que afloran según las circunstancias en las que son
necesarios, y que, sin embargo, no son más que diferentes
representaciones de nuestro ego, diferentes papeles que asume según la
situación en la que nos encontremos.
El ego, tal y como nos referimos a
él aquí, no es solo ese punto de altanería, egoísmo, o sobrevaloración
de uno mismo del que se tiende uno a referir cuando alguien se comporta
así (¡vaya ego que tiene ese tío, se cree el mejor!). No. El ego es el
conjunto de nuestras personalidades. Los diferentes componentes creados y
con vida propia, que existen en nuestra mente, que manejan los mandos y
el teclado de nuestro súper ordenador, que estimulan ciertas reacciones
nuestras: el miedo, el titubeo, el valor, etc., y que sobretodo tiene
una función extremadamente precisa: la supervivencia del cuerpo humano, y con ello, de la raza humana como .Ni más ni menos. Su único objetivo es ese. Sobrevivir.
Auto-alimentación
El ego, además, siendo un ente
energético real, precisa de “energía” para sobrevivir por si mismo, y
realizar su función, que es hacer que el ser humano “sobreviva”. El ego
tiene que manejar las emociones y sentimientos hasta tal punto, que
muchas veces prefiere protegernos de ellas con tal de no enfrentarse y
lidiar con la carga energética que suponen. Además, necesita su propia
comida, ¿y cuál es? Ni más ni menos que los pensamientos generados por
nuestra mente en según qué situaciones. El ego sobrevive cuando se
alimenta de esos pensamientos de venganza en la cual te visualizas a ti
mismo gritándole al jefe por haberte humillado y de cuya “batalla” sales
victorioso dejándole tirado en su silla ante la mirada de todos tus
colegas.
El ego genera ese tipo de pensamientos
para poder alimentarse, porque una de sus partes se ha sentido herida
cuando te han echado bronca y debe sacar su lado vengativo. Sabe que no
harás de verdad eso que le gustaría que hicieras, así que te pone toda
la situación en tu pantalla mental, y la reproduce una y otra vez. ¡¡Y que bien se siente!!
Cada subpersonalidad se alimenta de ciertas emociones y puesto que la
mente no distingue entre algo real que ha sucedido o algo imaginado que
ha sido visualizado, la emoción y la energía generada es la misma. El
ego cobarde se alimenta imaginando como te defiendes y ganas en una
pelea con 20 skin-heads que han venido a atacarte, el ego víctima se
imagina humillando a personas con las cuales se ha sentido inferior, el
ego tímido se imagina siendo el centro de atención de todo el mundo,
etc.
Esas proyecciones mentales tienen tanto
poder que alimentan más y más esas personalidades nuestras, y, en vez de
hacerlas desaparecer, consiguen que tengan cada vez más fuerza. Por
eso, cuando te des cuenta tú mismo que estás imaginando situaciones de
este tipo, representaciones teatrales en las cuales eres el héroe y
estás haciendo un papel que en la vida real no has podido hacer, tienes
al ego generando energía para si mismo. Detén la función. Sal de ese papel.
Párate. Dile al ego que ya basta. Que el mundo real no le ha hecho nada
y que no use tu energía mental para re-alimentarse. El ego no tiene
porque jugar al papel de “vengador”, “salvador universal” o “victima
humillada”, el ego debe ejecutar nuestro rol social a partir de las
instrucciones del yo interior, que siempre nos guiará con sabiduría,
alegría, amor y paz.
Diferentes personalidades
Y aunque todos tenemos formas parecidas
de sub-personalidades, la diferencia es que en la misma situación no
todos aplicamos o utilizamos la misma. Eso es lo que diferencia a una
persona de otra ante un mismo evento. Nada más y nada menos que el
sub-carácter del ego que toma control del mismo y reacciona de una u
otra forma según sus cálculos de probabilidades, expectativas y
confianza en su misión ultima. Todas esas vocecitas internas y
diferentes que notamos en nuestra cabeza (o que más bien se apoderan de
ella y de nuestros actos sin que nos demos cuenta) son los denominados “arquetipos del ego”, en
referencia al trabajo que realizo Jung con los arquetipos de la
humanidad, con estos roles y sub-caracteres que tomamos, definiendo
varios papeles “universales” que según su trabajo, están presentes en la
mayoría de nosotros en uno u otro grado.
Y es que somos muchas personalidades a
la vez y tenemos muchas mascaras. El hecho de saber reconocerlas cuando
están usurpando a nuestra verdadera personalidad es lo que nos permite
desenmascararnos y poner a nuestro Ego en su sitio, es decir, no dejar
que tome control de lo que somos y hacemos. Nuestro ego es realmente una
voz en nuestra cabeza que toma mil caras distintas, pero no somos
nosotros. No lo confundas y aprende a reconocerlo, descubrirás todo una
fachada que se cae de repente y que te muestra las cosas desde otra
perspectiva.
Fuente: David Topi.