La
felicidad de una persona no está asociada a todo lo que tiene sino a
todas sus vivencias. Muchas personas, piensan que tener el último modelo
de gafas o las deportivas más modernas les hará más felices, sin
embargo esto no es así. No somos lo que tenemos, nuestras pertenencias
no deben definir nuestro estado emocional, sino lo que vivimos y la
gente que nos rodea.
Vivimos en una sociedad que nos empuja a consumir. La publicidad nos hace creer que necesitamos ciertas cosas, pero debemos ser conscientes de ello y no dejarnos llevar por el consumismo accelerado.
Nuestro mapa cultural, aquello que a fin de cuentas llamamos realidad, está formado por una compleja red de asociaciones que vamos tejiendo a lo largo de nuestras vidas. Se trata de una especie de cartografía multidimensional a partir de la cual, paradójicamente, vamos incluyendo “nuevas” unidades, las cuales ingresan a esta red atravesando el filtro que imponemos.
En pocas palabras, somos prisioneros de este enramado de asociaciones que utilizamos para incluir o rechazar cualquier novedad en nuestras vidas. Y esta pincelada filosófica no es más que para describir el nivel dentro del cual el incentivo al consumo actúa: en la actualidad es difícil concebirnos, y concebir a la otredad, sin recurrir a asociaciones entre el ser y los objetos que le rodean.
Este fenómeno repercute incluso en la sociología contemporánea, en las nuevas tribus, que están en muchas ocasiones definidas por las pertenencias materiales: eres Mac o eres Windows, estás más en el ánimo Nike o en el Vans, o tu personalidad tiende más hacia los Ray Ban que a los Oakley, etc.
En Mayo pasado se publicó una investigación en el Journal of Personality and Social Psychology que la vez aprovecha data de ocho estudios anteriores en los que se prueba que a mediano plazo, es decir después del característico high que puede provocarnos el adquirir algo, la felicidad guarda una significativamente mayor relación con las experiencias que con las pertenencias.
Curiosamente en el estudio, o al menos en el artículo que sobre el mismo se publicó en el diario Live Science, las dos variables se ligan al consumo, es decir, sugieren que gastar tu dinero con fines
experienciales, desde salir de vacaciones hasta ir al cine o a un restaurante, aportarán más a tu felicidad que comprar, por ejemplo, un iPhone.
“Si estás tratando de comprar la felicidad, será mucho mejor que dirijas tu dinero hacia una isla tropical que a una nueva computadora” dicen algunos.
La vivencia nos hace más felices que la propiedad y hay miles de experiencias que no requieren de dinero. Sí, aunque muchos piensen que es casi imposible acceder a experiencias memorables sin usar unos cuantos billetes, lo cierto es que muchas de las vivencias más gratas que tenemos registradas, estoy seguro, no te han exigido un gasto monetario. De hecho, te invito a que hagas un recuento de tus memorias más preciadas y compruebes que buena parte de ellas no ocurrieron a costa de tu presupuesto.
A continuación comienzo una lista, que espero que me ayuden a completar, con algunas experiencias que sin duda nos aportarán recuerdos más dulces en un par de años que el último gadget que adquirimos o el nuevo auto que deseamos:
– Comenzar y terminar un buen libro (puede ser prestado por un amigo o pedido en una biblioteca pública).
– Dedicar un día a romper radicalmente la rutina (incluso puedes recurrir a un disfraz para salir a caminar por las calles).
-Visitar a una persona querida en algún problema (o, aún mejor, a un desconocido).
– Rememorar los instantes más felices de tu vida.
– Levantarse a ver el amanecer.
– Plantar una planta y verla crecer.
– Contagiar una sonrisa.
Debemos reflexionar sobre estas tendencias consumistas y desasociar algunos conceptos que no deberían haberse asociado: identidad y petenencia material.
Vivimos en una sociedad que nos empuja a consumir. La publicidad nos hace creer que necesitamos ciertas cosas, pero debemos ser conscientes de ello y no dejarnos llevar por el consumismo accelerado.
Nuestro mapa cultural, aquello que a fin de cuentas llamamos realidad, está formado por una compleja red de asociaciones que vamos tejiendo a lo largo de nuestras vidas. Se trata de una especie de cartografía multidimensional a partir de la cual, paradójicamente, vamos incluyendo “nuevas” unidades, las cuales ingresan a esta red atravesando el filtro que imponemos.
En pocas palabras, somos prisioneros de este enramado de asociaciones que utilizamos para incluir o rechazar cualquier novedad en nuestras vidas. Y esta pincelada filosófica no es más que para describir el nivel dentro del cual el incentivo al consumo actúa: en la actualidad es difícil concebirnos, y concebir a la otredad, sin recurrir a asociaciones entre el ser y los objetos que le rodean.
Este fenómeno repercute incluso en la sociología contemporánea, en las nuevas tribus, que están en muchas ocasiones definidas por las pertenencias materiales: eres Mac o eres Windows, estás más en el ánimo Nike o en el Vans, o tu personalidad tiende más hacia los Ray Ban que a los Oakley, etc.
En Mayo pasado se publicó una investigación en el Journal of Personality and Social Psychology que la vez aprovecha data de ocho estudios anteriores en los que se prueba que a mediano plazo, es decir después del característico high que puede provocarnos el adquirir algo, la felicidad guarda una significativamente mayor relación con las experiencias que con las pertenencias.
Curiosamente en el estudio, o al menos en el artículo que sobre el mismo se publicó en el diario Live Science, las dos variables se ligan al consumo, es decir, sugieren que gastar tu dinero con fines
experienciales, desde salir de vacaciones hasta ir al cine o a un restaurante, aportarán más a tu felicidad que comprar, por ejemplo, un iPhone.
“Si estás tratando de comprar la felicidad, será mucho mejor que dirijas tu dinero hacia una isla tropical que a una nueva computadora” dicen algunos.
La vivencia nos hace más felices que la propiedad y hay miles de experiencias que no requieren de dinero. Sí, aunque muchos piensen que es casi imposible acceder a experiencias memorables sin usar unos cuantos billetes, lo cierto es que muchas de las vivencias más gratas que tenemos registradas, estoy seguro, no te han exigido un gasto monetario. De hecho, te invito a que hagas un recuento de tus memorias más preciadas y compruebes que buena parte de ellas no ocurrieron a costa de tu presupuesto.
A continuación comienzo una lista, que espero que me ayuden a completar, con algunas experiencias que sin duda nos aportarán recuerdos más dulces en un par de años que el último gadget que adquirimos o el nuevo auto que deseamos:
– Comenzar y terminar un buen libro (puede ser prestado por un amigo o pedido en una biblioteca pública).
– Dedicar un día a romper radicalmente la rutina (incluso puedes recurrir a un disfraz para salir a caminar por las calles).
-Visitar a una persona querida en algún problema (o, aún mejor, a un desconocido).
– Rememorar los instantes más felices de tu vida.
– Levantarse a ver el amanecer.
– Plantar una planta y verla crecer.
– Contagiar una sonrisa.
Debemos reflexionar sobre estas tendencias consumistas y desasociar algunos conceptos que no deberían haberse asociado: identidad y petenencia material.