El miedo a hacer daño se manifiesta a
través de una frase muy común: “No quería hacer o decirte tal cosa por
no hacerte daño”, probablemente todas las personas la hayamos utilizado
de una forma u otra. Pero, ¿qué esconde realmente esta frase? Esconde una gran mentira atrapada en un sentimiento de culpabilidad.
Cuántas cosas hemos dejado de decir y de
hacer por el miedo a hacer daño a la otra persona, o más bien por
pensar que eso es así. Cuando realmente ni sabemos lo que le puede hacer
daño, ni estamos siendo honestos con nosotros mismos. De forma encubierta existe un autoengaño por necesidad de protegernos.
Dejamos de decir la verdad, dejamos de mantener una comunicación eficaz y auténtica, escondemos y ocultamos mucha información que la otra persona merecería saber, y querría saber. Y todo esto acaba teniendo unas consecuencias, que muchas veces no hemos querido tener en cuenta.
Cuando mentimos para no hacer daño, no damos tan siquiera a la otra persona la oportunidad de que elija, simplemente decidimos por ella
La única persona responsable de cómo te sientes eres tú
No tenemos la capacidad para hacer sentir a una persona de una determinada manera. Esto no depende de nosotros, ni nuestros actos ni nuestras palabras tienen este poder, y por lo tanto, no podemos saber cómo se sentirá alguien al respecto.
Solo nosotros en sí mismos somos responsables de lo que sentimos,
nos lo generamos a través de las interpretaciones que damos a algo que
ha ocurrido, que nos han hecho o dicho. Existen muchas frases que son
las que nos han hecho creer que somos responsables de lo que pueda
sentir la otra persona:
- Me has hecho sentir culpable de esta situación.
- Tú me has hecho daño.
- Me has dañado con tus palabras.
- Estoy dolida por tu comportamiento.
- Haces que me sienta triste.
Con estas frases, y todo lo que tenga que ver con hacer responsable
de cómo nos sentimos a otra persona, estamos dejando de asumir nuestra
responsabilidad y la realidad de que esas sensaciones, esos sentimientos
y emociones, las generamos nosotros mismos, a través de nuestra
interacción con los otros; y emergen a través de nuestra experiencia y
pensamientos.
Por lo que no todas las personas se van a sentir de igual modo ante un mismo estímulo; proporcionarán diferentes respuestas en función a sus características personales y la actitud que decidan tomar
El miedo a hacer daño esconde otros miedos
Nos hemos configurado así, y utilizamos
el “yo soy así” para justificar que nos hemos creído que verdaderamente
somos los responsables de cómo la otra persona se vaya a sentir.
Nos creemos que lo que sucede realmente es que tenemos miedo a hacer daño a la otra persona,
y nos amparamos en ese pensamiento. Al creérnoslo podemos engañar
indiscriminadamente. Y en nuestra fantasía somos los salvadores que
prefieren el engaño antes que hacer daño.
¿Qué estamos realmente justificando con
esta actitud? Estamos justificando nuestros miedos, y sobre todo nuestra
culpabilidad. Al sentirnos culpables, de inmediato, se disparan las
alarmas y evitamos que se sepa la verdad. Nos protegemos de unas consecuencias que no queremos asumir.
Sin embargo, nos sentimos culpables porque inferimos automáticamente que la otra persona nos va a culpar de cómo se siente. Podemos liberarnos de esta culpa si somos capaces de asumir que no somos responsables de cómo se acabará sintiendo la otra persona.
“Si sufres es por ti, si te sientes feliz es por ti, si te sientes dichoso es por ti. Nadie más es responsable de cómo te sientes, sólo Tú y nadie más que Tú. Tú eres el infierno y el cielo también.”
Libérate de tu culpa
El sentimiento de culpa generado por nuestras inseguridades y propios pensamientos es el que determina conductas que nos alejan de las demás personas. Nos resguardamos evitando la autenticidad y la claridad, por no hacerle frente a nuestros miedos.
“Por supuesto que te haré daño. Por supuesto que me harás daño. Por supuesto que nos haremos daño el uno al otro. Pero esa es la condición misma de la existencia. Para llegar a ser primavera, significa aceptar el riesgo del invierno. Para llegar a ser presencia, significa aceptar el riesgo de la ausencia.”
Si logras comprender, aceptar e integrar
que tú no eres responsable de cómo se pueda sentir la otra persona, ya
que no tienes el poder de dañarle, ni tampoco de evitar su dolor. Entrarás
en profundo contacto contigo, no desviarás la atención a lo que
realmente ocurre: que tus miedos no te dejan comprender con claridad que
estás evitando una situación que a ti te provoca malestar e
incomodidad.
Afrontar esta situación nos
permite no solo conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestros miedos,
sino recuperar el valor de ser honestos y además hacer frente a
las consecuencias de nuestros actos. Contribuyendo a mantener
relaciones más auténticas y estables; basadas en la confianza.
Lo peor que podemos hacerle a las personas que queremos es no darle la posibilidad de que sepan la verdad, y sean ellas quienes elijan su actitud de cómo afrontar los hechos. Nos creemos la historia de que las estamos salvando de algo, cuando en realidad solo queremos salvarnos de nuestros propios miedos, aumentándolos sin conciencia
Fuente: La Mente Es Maravillosa