¿Qué Es El Apego?

4 de febrero de 2019

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De apegar.
1. m. Afición o inclinación hacia alguien o algo.

El término apego en castellano alude a la preferencia hacia “algo” externo, al hecho de encariñarse independientemente de que sea alguien que acabamos de conocer, un familiar, una mascota, o esos objetos con los que llenamos los cajones y que nos resistimos a tirar por lo que nos recuerdan. Sin embargo, cuando se habla de Apego en el campo de la Psicología o la Psicoterapia, hablamos de algo más profundo, de una importancia esencial en nuestra existencia como seres humanos.

Al hablar de nuestro mundo afectivo, me impulsa a ir más allá de términos y teorías, y tratar de evocar vivencias. Tal vez hayas leído antes acerca del apego, de su papel en la primera infancia, de su influencia en el desarrollo, de sus patrones y estilos; o tal vez sencillamente nunca hayas oído hablar de él. Sin embargo, es algo que conoces de cerca: forma parte de ti desde que naciste.

Te propongo algo...
Piensa en una persona que ha sido muy valiosa en tu vida, pero que por ese motivo que tú sabes, no está presente actualmente; cierra los ojos. Probablemente observes en el cuerpo alguna sensación, con mayor o menor grado de intensidad, la mayoría la sentimos por dentro, a unos centímetros arriba del ombligo, o en el lado izquierdo del pecho, en la garganta… El apego se expresa en el cuerpo, en las emociones, y también en nuestra mente, en forma de recuerdos o deseos. Quizás te confunde porque usas distintos nombres. Palabras como amor, cuidado, ternura, cariño, o bien necesidad, dependencia, nostalgia, incluso odio, rabia, dolor… y en cierta forma, el apego puede tener un poco de todo eso. El júbilo ante un reencuentro esperado; la sensación de calidez al estar en compañía y sintonía con alguien que valoramos; el enfado o la desesperación cuando nos sentimos abandonados por personas queridas; la melancolía y la huella en nuestros pensamientos cuando echamos de menos. También todo esto tiene relación con el apego.

Muchos lo descubren cuando se interrumpe, nos invade entonces una angustia conocida por prácticamente todo ser humano, un intenso malestar psicológico y físico, que a veces perdura durante meses, años… En algunos momentos, es literalmente como una adicción, cuya sustancia adictiva proviene de una relación. El apego nos influye profundamente a todos, y se produce y actúa aunque no nos demos cuenta, inconscientemente, no es algo que necesite un consentimiento mutuo, no es como agregar a alguien que acabamos de conocer a nuestra agenda del móvil.

Si hay una característica que nos distingue como especie es nuestra impresionante capacidad de crear lazos afectivos. Una potente capacidad de vinculación fue decisiva a lo largo de la evolución de nuestros antepasados, asegurando la supervivencia a través de la cohesión del grupo y su defensa, y especialmente, facilitando el cuidado y protección de las crías (nuestro cerebro es nuestra mejor “arma” evolutiva, pero a cambio pagamos el precio de la maduración más lenta del reino animal).

Cuando hablamos de Apego, nos referimos a un conjunto de elementos psicológicos, biológicos y emocionales, que a grandes rasgos nos otorgan la capacidad de vincularnos y que influyen en la formación, evolución y pérdida de dichos lazos emocionales. No se puede definir el amor como concepto sin ser subjetivo, pero en cierta forma se podría afirmar que se refiere a nuestra capacidad de amar y de poder ser amados.

Aclarando la polisemia del apego

El término inglés Attachment utilizado en la teoría de Bowlby, se traduce al castellano por Apego. Veamos a continuación ciertos conceptos básicos de la teoría en los que aparece el término, y que ayudarán a su comprensión:

Relación de apego: vínculo afectivo que se establece con una figura significativa (o figura de apego); se infiere por la tendencia estable a lo largo del tiempo de buscar su proximidad y contacto. En la primera infancia resulta de vital importancia la relación con la madre, con un papel destacado por una cuestión biológica (gestación, cuidado temprano, lactancia,… pero progresivamente otras figuras, como el padre, ganan relevancia); asimismo, el bebé tiende a preferir instintivamente los estímulos por los que reconoce a la madre (olor, tono de voz, formas de la cara, etc.). La función fundamental de las figuras de apego es la de regular las necesidades fisiológicas, psicobiológicas y afectivas básicas.

Los intercambios en estas primeras relaciones se convierten en un eje básico sobre el que se desarrolla el cerebro y sobre el que emerge el psiquismo: nuestra personalidad, nuestra autoimagen, nuestra sexualidad,  nuestra forma de relacionarnos, nuestra expectativas sobre los demás, nuestra capacidad de calmar emociones propias y captar las de los otros… Las relaciones con las figuras de apego son también un punto de inflexión para nuestras mayores dificultades, la aparición de problemas psicológicos y emocionales.

A lo largo de la vida se van añadiendo nuevas relaciones de apego, que nos siguen influyendo en distintas formas y grados de importancia, y sobre los que nos apoyamos para poder sentirnos protegidos, cuidados, apoyados: de alguna forma, cubiertos. Algo así como las distintas capas de una cebolla como en la imagen, donde nosotros somos el pedúnculo floral (el centro) y las capas internas son las relaciones más cercanas (madre-padre y a medida que nos alejamos al exterior hermanos-abuelos-profesores-amigos, etc.). Cuando las personas de las capas más internas no están disponibles, nos desplazamos a las demás, aunque el protagonismo de las interiores es mayor, podemos formar fuertes vínculos con otras personas.

La relación íntima de pareja se suele convertir en la capa más interna en la etapa adulta.

Cuando la relación de apego se siente como una base segura, puesto que sabemos que la figura de apego estará disponible aunque haya una separación y que será capaz de reconfortarnos y calmar nuestras necesidades, se despliegan otros sistemas de comportamientos, que permiten por ejemplo, la exploración del ambiente, la interacción social, el juego, y en definitiva la continuidad del desarrollo del infante. La seguridad sentida es un estado emocional que también aparece en etapas posteriores, y está vinculada al apego seguro.

Conducta de apego: patrones de conducta instintivos, con una base neurobiológica, activados y modulados en la interacción con las figuras de apego a lo largo del tiempo (es decir, la genética no asegura que se establezca la capacidad de vincularse). Estos patrones impulsan al niño a la búsqueda de proximidad y protección de sus figuras de apego, según las necesidades del momento. El deseo de contacto con la figura de apego no es constante, sino que depende de la aparición de factores internos (miedo, sensaciones corporales displacenteras, hambre, daño físico, etc.) y externos (ausencia de la madre, estímulos aversivos o asustadores, etc.). La meta de la conducta de apego es acceder y asegurar la presencia y la regulación de cualquier necesidad.

La separación de dichas figuras pone en marcha una reacción afectiva observable, que sigue un patrón constante y universal. Este patrón presenta tres fases que aparecen a medida que la separación se prolonga en el tiempo. El niño separado de su figura significativa manifiesta, en el primer momento, irritabilidad, protesta, enfado; si la separación continúa, aparece desesperanza, apatía, tristeza, se vuelve ensimismado; y, finalmente, si la separación es lo suficientemente larga, se produce desapego. Estas  fases se mantienen a lo largo de la vida, aunque se expresan de forma diferente según las experiencias individuales, y se activan  ante amenazas de pérdida o por la pérdida real; tienen una relación directa con las fases de duelo.

Según la calidad, la sensibilidad y la continuidad de las respuestas aportadas por las figuras de apego, los niños pueden necesitar desplegar estrategias para adaptarse a las diferentes respuestas afectivas y buscar un equilibrio que reduzca la tensión creada por las necesidades (seguridad, refugio, calmar miedo, etc.).  Los diferentes patrones o estilos de apego estudiados en niños por el pionero equipo de Mary Ainsworth y sus colaboradores (que llamaron seguro, inseguro-evitatativo y inseguro-resistente) a partir del trabajo de John Bowlby, son básicamente estrategias de adaptación ante la separación o pérdida de las figuras de apego. 

Estas estrategias pueden verse como un continuo que abarcan desde un polo de comportamientos que minimizan las expresiones de la conducta de apego (evitativo), hasta otro polo de amplificación de las conductas de apego y la demanda de atención (ansioso-resistente).  Si ninguna de las estrategias resulta satisfactoria o las condiciones externas son tan desbordantes para el niño que no puede soportarlas, podría elaborar respuestas de desorganización, gravemente perjudiciales para su desarrollo.

El apego en nuestra mente

Dentro de las relaciones de apego se crean determinados esquemas internos, que funcionan a modo de “plantillas” emocionales y que influyen en la manera que nos relacionamos, como nos vemos a nosotros mismos y  a los demás durante el resto de las etapas vitales. Por último, a pesar de la importancia de los primeros vínculos, dichos esquemas son maleables. Si han sido problemáticos, las relaciones posteriores ofrecen una nueva oportunidad, de sanar, de (potencialmente) amar, sentir y poder pensar liberados de los lastres: oportunidad solamente posible dentro de un vínculo de apego seguro.

 
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