Dicen que ser imperfecto es lo peor que
existe. Que debemos buscar siempre ser los mejores en todo y que la
perfección es cumplir con aquello que se espera de nosotros. Pero ser imperfecto es ser una persona capaz de aceptar su errores y perdonarse por ellos.
Ser imperfectos es ser nosotros mismos,
con nuestros logros y satisfacciones, pero también con nuestras
pérdidas y errores. La imperfección es esa huella que nos identifica, la
que nos hace ser distintos de la persona que tenemos al lado y nos
hacer ser auténticos. Ser imperfectos es ser nosotros mismos.
“La perfección es una pulida colección de errores” -Mario Benedetti-
La perfección no existe
Todos cometemos errores. De hecho, el
ensayo y el error es una de las bases más sólidas para el aprendizaje de
cómo funciona el mundo y cómo funcionamos nosotros mismos, sobre todo
para formar nuestros valores, actitudes y hábitos. Cometer errores es aprender sobre nosotros mismos.
Todo se complica cuando los demás, en
muchas ocasiones, sólo nos dicen las cosas que hacemos mal. Nos critican
cuando cometemos un fallo en algo que por norma general hacemos
correctamente. Hay veces que las cosas no nos salen como nos gustaría.
Así que bajo la influencia de los demás y
de nosotros mismos, nos acostumbramos a decirnos lo que hacemos mal y en
lo que nos confundimos, y no nos premiamos cuando lo hacemos bien, que
es la mayoría de las veces. Ser imperfecto no es un problema, castigarse por ello sí.
Por eso el lenguaje es tan importante.
Analizar la forma que tenemos de hablarnos y cuestionarnos aquello que
las voces que hablan de nosotros mismos es fundamental para tener una
visión más amplia y objetiva tanto de cómo somos. La autoestima hay que cuidarla.
No se puede llegar a la “perfección” sin al menos haber cometido un error.
La imperfección de ser uno mismo
Piensa en todas las personas de tu entorno y
observa que todos han cometido errores. Eso no quiere decir que por el
hecho de haberlos cometido ya sean de una determinada forma u otra. Un error lo comete cualquiera y no dice nada de nosotros. Un error es la oportunidad de aprender a hacerlo de otra manera.
No dejemos que los demás sean siempre
nuestros jueces, pero tampoco lo seamos nosotros. Por eso piensa la
próxima vez que te escuches a ti mismo decir que una persona es un
desastre, un desalmado, un egoísta o un despreocupado, con sólo ver un
ejemplo de su conducta y no conocerla realmente. No juzguemos a los demás sin pruebas.
Somos nosotros mismos cuando aceptamos que
nuestro yo se compone de aciertos y de errores. Cuando sabemos que
siempre podemos mejorar algo y cuando los reconocemos ante las personas
que hemos podido dañar. No juzguemos a los demás por sus errores.
Una vez hecho el daño, lo mejor es
reconocer y explicar los motivos que nos llevaron a cometerlo. Mostrar
una actitud sincera ante los demás permite que puedan empatizar mejor
con nosotros y es mucho mejor que intentar maquillar la verdad. Perdona a los demás y a ti mismo.
Amar no significa encontrar la perfección, sino perdonar los defectos.
Aprender de los errores
Una vez cometido y aceptado el error, aprender de ello es la mejor solución para hacerle frente a la vida. La mejor opción es preguntarnos qué nos ha llevado a cometer el error y tener en cuenta los factores que han intervenido en ellos. Aprender de los errores es aprender a ser más fuerte.
En este aspecto, la atención juega un papel fundamental. En muchas ocasiones nos cargamos de deberes y obligaciones sobreestimando nuestra capacidad para hacerles frente. Y claro, cuando nos exigimos mucho no cumplimos con nuestras expectativas.
Luego hay que tener en cuenta que, en algunas ocasiones, que algo salga mal no sólo depende de nosotros o de los demás, sino que existen variables que no podemos controlar que llevan a que algo ocurra. De hecho, intentar controlarlo todo nos hace cometer más errores. La vida, al fin y al cabo, es un cúmulo de errores. Un camino incierto lleno de intentos. Ahí está la clave, en intentarlo.