Según nos hacemos mayores nos damos cuenta de que, en materia de amistad, prima más la calidad que la cantidad, y solo aquellos que valen la pena permanecen ahí con el paso del tiempo
Con el paso del tiempo ocurre que relaciones que creíamos fuertes y duraderas se resquebrajan. Sean los cambios vitales o los conflictos relacionales, nuestro grupo de amistades acaba reduciéndose drásticamente.
Con el paso del tiempo ocurre que relaciones que creíamos fuertes y duraderas se resquebrajan. Sean los cambios vitales o los conflictos relacionales, nuestro grupo de amistades acaba reduciéndose drásticamente.
Es un secreto a voces que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano y que, con el paso de los años, la calidad pesa más que la cantidad en temas de amistad y de relaciones afectivas.
Cercamos nuestro círculo y lo hacemos con conciencia de que lo positivo para nosotros es hacerlo más selecto, más sólido y más profundo.
No es un trámite doloroso en sí mismo debido a que es natural que esto suceda.
Marcar distancias y proximidades de forma precisa y acorde a nuestras necesidades es algo que todos hacemos en un momento u otro de nuestra estancia en los distintos lugares en los que se determina nuestra vida.
No nos interesa tener muchas personas alrededor, sino a las mejores
Con el tiempo primamos la intensidad de los contactos más allá de la frecuencia. Nos gusta tener al lado a aquellas personas que de verdad nos importan y que más queremos.
Esto, en parte, está determinado por el tiempo que tenemos para relacionarnos y los intereses y prioridades que establecemos para con los demás.
Con 15 años nos gusta estar rodeados de gente, conocer ideas nuevas y experimentar. Con 30 o 40 las prioridades cambian, lo que nos aboca a ser más selectivos en nuestras “batallas”.
La amistad, cuanto más profunda, más placentera
A ciertas edades es muy común sentirse solo pero acompañado, por lo que nos sumergimos en la búsqueda (explícita o no) de relaciones cálidas, puras, sinceras y estables.
Esto no es nuevo, pero en la actualidad hay estudios que nos brindan la posibilidad de afirmarlo de manera contundente: cada año que pasa nos ayuda a primar la calidad sobre la cantidad.
Seleccionamos y anteponemos aquellas relaciones con personas con las que conectamos de manera más intensa porque nos aportan mayor bienestar a nivel social, emocional, cognitivo y conductual.
Un equilibrio entre todas estas esferas nos ayuda a conceptualizar la amistad de manera individualizada. De acuerdo con esto, la tendencia emocional general es la de definir la amistad según lo que, de manera específica, nos aporte cada relación.
Es decir, nos volvemos más precisos y analíticos, mientras que, a su vez, no podemos desligarnos de la idea de lo que cada tipo de relación nos brinda. Nos hacemos conscientes de que hay diversas opciones y de que en la pluralidad del ser está la riqueza.
Este concepto de amistad es tan cambiante que a veces incluso nos sorprendemos a nosotros mismos reflexionando sobre ello.
No obstante, es cierto que hay algo destacable y es que, bien sea por experiencia o bien porque, en cierto modo, nos volvemos más inflexibles, las afrentas son más dolorosas y calan más hondo en nuestro interior.
A los adultos nos resulta enternecedor ver cómo dos niños se pelean por un juguete pero, sin embargo, en cuestión de minutos pueden abrazarse y darse amor sin medida.
Este es un aspecto que deberíamos tener muy presente siempre: ¿realmente los motivos de nuestros enfados y distanciamientos son tan relevantes como para perder una amistad?
Tendemos a hacer atribuciones demasiado estables sobre cuestiones bastante banales, lo que muchas veces acaba menoscabando nuestros ideales en materia de sentimientos.
Este detalle, sin duda, es un punto de anclaje en cualquier relación.
Así, conviene destacar que es habitual que juzguemos la calidad por sucesos negativos que son nimios en comparación con lo que, por otro lado, nos aportan las personas que nos rodean.
Es decir, que muchas veces cercamos nuestro círculo de manera negligente.
Las prioridades emocionales en las distintas etapas vitales
Sea cual sea la realidad personal que acompaña a este hecho, debemos tener muy presente que el que nuestra realidad social cambie no es negativo en sí mismo.
Esto, sin duda, es algo que en ciertos momentos de transición nos cuesta asumir con naturalidad. Conviene hacer un repaso al respecto:
- En la preadolescencia y la adolescencia reina una gran confusión en torno a temas relacionales. Buscamos nuestro sitio y, por ello, componemos y recomponemos constantemente nuestro círculo de personas.
- Poco a poco, según nos adentramos en la juventud, vamos dejando de lado las grandes reuniones, las fiestas alocadas y los excesos sociales. Comenzamos primando más tener alguien con quien charlar y avivar nuestras inquietudes personales y psicosociales.
- Según avanzamos en esta etapa nos gusta más estar tranquilos y cómodos, sentirnos queridos e importantes, así como cuadrar pensamientos e intereses que estimulen nuestra mente y nuestro mundo de manera más madura.
- Conforme vamos evolucionando generamos un grupo de referencia, unas personas a las que seguimos y con las que nos medimos y relacionamos, compartiendo pensamientos, sentimientos, intereses y juegos varios.
- Ya en la edad adulta las amistades que más nos gustan no se corresponden con la necesidad de aparentar profundidad, sino de sentirla.
Nos encantan esas personas que nos lo dicen todo con la mirada, que aprueban y desaprueban con total libertad y que nos echan a los leones si es necesario.
Las amistades del tiempo son vínculos que acaban convirtiéndose en hermandades. Uniones profundas alejadas de la hipocresía, del egoísmo y de las inquietudes enmascaradas.
Amistades que llena con sus abrazos la plenitud de nuestra alma, que se sientan como copiloto y nos guían cuando algo nos ciega.