Cuántos
desaciertos se cometen en nombre del amor… Y es que a veces nos resulta
complicado establecer el límite entre ayudar y perjudicar, en este post
queremos señalar algo que nos parece muy importante, que no debemos
olvidar, algo tan sencillo como que amar es respetar los procesos
ajenos, aunque nos duela…
Amar a alguien, sea nuestra pareja,
nuestra familia, una amistad o incluso a nuestra propia mascota, nos
pone en el difícil punto de sufrir su dolor, sus errores…
Es duro
presenciar como los destinatarios de nuestro amor se encuentran a veces
en callejones sin salida, o en medio de procesos largos y dolorosos.
Nos
posee enseguida la necesidad de aliviar su sufrimiento, de acortarlo,
de solucionar cualquiera que sea el problema al que se está viendo
expuesto.
Es su dolor, pero también nuestro propio dolor, lo que nos empuja a que se solucione cuanto antes.
Ofrecemos nuestra ayuda, damos nuestros consejos, a veces son aceptados otras no, a veces son acertados otras no.
Incluso si pasa un tiempo y la persona no resuelve empezamos a sentir una especie de indignación, de cansancio.
Ya
no nos mostramos tan empáticos, incluso podemos llegar a apartarnos de
esa persona, pensando, cuando no comunicándolo abiertamente:
– Tú mismo…. si quieres seguir así…
Hoy os traemos un cuento para reflexionar sobre esto:
Un
hombre, que paseaba tranquilamente por el campo, encontró el capullo de
una mariposa. Después de observarlo durante un tiempo decidió llevarlo a
su jardín.
Un día, apareció en el capullo una pequeña abertura.
El
hombre se sentó y observó durante varias horas cómo la mariposa
luchaba, esforzándose para poder pasar a través de ese pequeño agujerito
que se iba abriendo muy despacito.
El hombre empezó a
impacientarse, a preocuparse, pensó que aquello no progresaba, que la
mariposa había llegado al límite de sus posibilidades y que no podía
seguir avanzando…
Conforme su ansiedad iba en aumento
mientras escuchaba los ruiditos que iban produciéndose en aquella agonía
lenta y prolongada tomó la deteminación de ayudar a ese ser que
intentaba salir de su opresión.
Con determinación, y con un gran sentimiento de salvador, tomó una tijera y cortó el pedacito restante del capullo.
La mariposa, entonces, salió muy fácilmente. Pero tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas y arrugadas.
El hombre siguió observando a la mariposa, esperando que, en cualquier
momento, las alas pudieran agrandarse y expandirse para poder soportar
el cuerpo que, de un momento a otro se contraería.
Pero
esto no sucedió; la mariposa pasó el resto de su corta vida
arrastrándose con el cuerpo hinchado y las alas encogidas, y nunca llegó
a volar.
El hombre no había comprendido, en su buena
intención y apuro por ayudar, que el obstáculo del capullo y la lucha
necesaria para que la mariposa pudiera pasar por la diminuta abertura ,
era el modo en que la naturaleza obligaba a que el fluído del cuerpo de
la mariposa llegara hasta sus alas para que estuviera en condiciones de
volar, una vez liberada del capullo.
¿ Cuántas veces hemos empujado a alguien para que de una vez deje el capullo?
Debemos
aprender cuanto antes que las situaciones dolorosas tienen un proceso,
que los aprendizajes tienen un proceso, y que cada cuál viene con sus
propios tiempos, con sus propias herramientas.
Que liberarse, avanzar, transformarse y crecer es un proceso que se da siempre de adentro hacia afuera.
Es un proceso personal e intransferible, por mucho que nos duela ver pasar a los que amamos por ellos.
¿ Dónde queda pues nuestro lugar en ese tipo de procesos?
En
el Amor, la respuesta, siempre es el Amor. Amar de modo incondicional,
permitir el crecimiento, jalear los pasos dados, tener siempre a mano un
pañuelo de papel para ofrecérselo si lo necesita, escuchar sin juicios y
permitir, aceptar y valorar cualquier paso que el ser amado elija dar.
Todos
hemos pasado por momentos duros, por procesos personales. Debemos
recordar entonces lo que si nos sirvió de ayuda y lo que no.
Las
opiniones nunca nos molestaron, pero si las sentencias. Nos ayudó la
compañía pero también esos momentos en los que nos dejaron solos para
procesar nuestra situación.
Nos vinieron bien las risas de la misma manera en que nos ayudó poder rompernos una y otra vez cerca de quien nos amaba.
Descubrimos
entonces, que el camino, acompañados o no, solo lo podíamos hacer
nosotros. Nadie nos puede llevar a la salida, nadie puede realizar el
aprendizaje por nosotros…
Aprendamos de nuestros propios procesos para no interferir en los de los otros.
Aprendamos
que la mejor ayuda es siempre dejar SER , dejar que el otro se
equivoque o acierte, permanecer al lado de quien nos necesita respetando
de igual manera el espacio que solicite, y AMAR.